El Viaje del Beduíno
Cómo empezó todo
Es tan difícil definir lo indefinible, que pensé que la divagante vida del beduíno era la que mejor podía representar ESTO: un sencillo cúmulo de reflexiones, de malas caricaturas, de diferentes estados y confusos sentimientos que forman parte de mi desierto interior.
miércoles, 13 de diciembre de 2017
MI ROSEBUD DE TODO A CIEN
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Como lágrimas en la lluvia
jueves, 29 de enero de 2015
Serie: Historia en lata: Noches sin dormir y sueños sin tregua
Todo negritud, huelo a humo, hay carbón en el horizonte.
La gravedad se despide, la cabeza me estalla y mis sesos se espolvorean a lo largo de este fatigante viaje.
Aureolas me rodean, me elevo por encima de esa hierba espigada, abducida por la nave espacial, si, esa, la que es como de papel de albal.
El viento sopla, nada queda atrás, ni siquiera polvo, únicamente: Silencio.
jueves, 15 de enero de 2015
Serie: La caja de música. A imitación de y unos recuerdos.
jueves, 11 de diciembre de 2014
Serie: Historias en lata. Retratos de mi ser
Entre fruta y dulce me crié y la vida se me hizo demasiado dura; fuera de mi lata casi todo era amargo.
Quería cruzar la frontera pero, la frialdad del hierro me asustaba al igual que esos ecos metálicos que escuchaba.
Extraños, voces extrañas, ruido y más ruido fuera de mi melancolía.
y, al final, por temor, en sueños perecía.
Silencio.
jueves, 23 de agosto de 2012
El sonido de la tristeza
Allá a donde fuera allí estaba, iba con él porque formaba parte de su ser, corría por sus venas y lo que era una virtud, a veces, muchas veces, se convertía en desgracia.
El viento le susurraba haciendo llegar su mensaje a través de la naturaleza, en la caída de las hojas, en el tíntineo de las de árboles caducos, en los trigales de agosto.
Pero también en el goteo de las primeras lluvias otoñales, en el orquestar de las bisagras oxidadas y en el canturreo de las bicicletas de segunda.
Pero también, en los claxons de los coches, en el parpadeo de los semáforos, en el desahogo del autobús al llegar a su parada, en los raíles del metro, en el timbre de la fábrica.
Pero también, en el mordisqueo de su perro, en trajeteo de los platos, en las bandejas temblorosas y en los posos del café.
Su día a día era una apocalíptica epopeya, un canto triste que unas veces iba lento y otras alcanzaba un ritmo desorbitado que bombeaba su corazón, oprimía su pecho, dilataba sus pupilas y dejaba en blanco su mente pero, aviva su oído y su alma y todo lo transmitía con su guitarra.
Pero, a pesar de estar en sintonía con todo curiosamente se sentía solo, habiéndose olvidado de que su gran compañera siempre estaba ahí, la música, su música, su verdadero yo interior.