En uno de esos días tristes en los que únicamente la lluvia me sabe consolar, acompasando mi llanto silencioso, recordé:
Bajo la matemática pura albergada en su cerebro, bajo una inteligencia técnica de caja registradora se encontraba su espíritu. Seguía, como siempre, en la oscuridad, aunque algo había cambiado; un claro reflejo, un pequeño matiz que simbolizaba su apagada alegría. Y es que, apagada o no, lo importante era su presencia, porque, un pequeño estímulo siempre podía activarla, un grito, una melodía, un reflejo… cualquier cosa que pasase por alto aquellas imperfectas visiones que se quedaban grabadas en sus retinas.
La imagen ideal era meramente fruto de su cerebro. Sus pupilas, contenían espejos cóncavos y convexos que deformaban la realidad, es decir, lo que había más allá de la vista y de su praxis mental. Esta ceguera era la causante de su malestar, la que engrandecía todo tipo de imperfecciones, la que la llevaba al abismo, la que hacía que sus lágrimas se perdiesen en el edén de su rostro.
Miraba durante horas sus manos, seguía aquellas líneas una y otra vez, como intentando encontrar en su trayectoria un mapa que la guiase, pero se sentía perdida. Estaba claro que los jeroglíficos de su piel eran imposibles, no había solución.
Pero… definitivamente, algo había cambiado. Cuando hubo dejado de llover, sencillamente, reaccionó: a quien le importa si nadie es perfecto! Y se hizo el Silencio, su mejor forma de hablar pero sin decir nada…..