Cómo empezó todo

Es tan difícil definir lo indefinible, que pensé que la divagante vida del beduíno era la que mejor podía representar ESTO: un sencillo cúmulo de reflexiones, de malas caricaturas, de diferentes estados y confusos sentimientos que forman parte de mi desierto interior.

jueves, 23 de agosto de 2012

El sonido de la tristeza

Allá a donde fuera allí estaba, iba con él porque formaba parte de su ser, corría por sus venas y lo que era una virtud, a veces, muchas veces, se convertía en desgracia.

El viento le susurraba haciendo llegar su mensaje a través de la naturaleza, en la caída de las hojas, en el tíntineo de las de árboles caducos, en los trigales de agosto.

Pero también en el goteo de las primeras lluvias otoñales, en el orquestar de las bisagras oxidadas y en el canturreo de las bicicletas de segunda.

Pero también, en los claxons de los coches, en el parpadeo de los semáforos, en el desahogo del autobús al llegar a su parada, en los raíles del metro, en el timbre de la fábrica.

Pero también, en el mordisqueo de su perro, en trajeteo de los platos, en las bandejas temblorosas y en los posos del café.

Su día a día era una apocalíptica epopeya, un canto triste que unas veces iba lento y otras alcanzaba un ritmo desorbitado que bombeaba su corazón, oprimía su pecho, dilataba sus pupilas y dejaba en blanco su mente pero, aviva su oído y su alma y todo lo transmitía con su guitarra.

Pero, a pesar de estar en sintonía con todo curiosamente se sentía solo, habiéndose olvidado de que su gran compañera siempre estaba ahí, la música, su música, su verdadero yo interior.

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