COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA
Sensación
de impotencia es lo que parecía desprenderse de esas palabras archiconocidas
para los amantes del cine las cuales titulan este artículo o manifiesto de mi
estado. Y es que para Roy Batty era hora de morir, pero probablemente no era la
muerte lo que le asustaba, sino el olvido.
Yo no he
visitado Orión y espero que me quede mucho por vivir y, seguramente, más por
sobrevivir, dado que parece que es de lo que trata nuestra historia. Hablo del
relato de una generación que yo veo “impotente”; sí, me refiero a esa
generación de jóvenes que otros califican como perdida, esa que no puede ni
debe caer en el olvido, y por ello, tras mucho silencio, hoy me manifiesto.
Pero, ¿Por
qué impotencia? Obviamente porque después de mucho dinero invertido, más horas,
más nervios y bastante sufrimiento (no
sólo el propio sino también el ajeno, el de los que te quieren y te apoyan) por
fin eres licenciado (sí, ahora graduado, pero eso me daría para otra historia o
crítica salvaje de nuestro sistema educativo), eres lo que querías, te
convertiste en lo que tú creías y por ello habías luchado. (Ojo que no pretendo
magnificar el “ente” universitario con ello eh!).
El título
nadie te lo quita (sólo faltaría….), pero una vez has terminado el periplo
universitario y te integras a eso que sería “la vida adulta como tal”, lo único
que encuentras es un gran abismo: a algunos demasiadas puertas se les han
cerrado, otros viven en el pseudo o neo esclavismo,
explotados (esos que podrían fundar la “asociación de becarios forever”) y otros, como es mi caso, se
angustian y a veces incluso se martirizan día si día no esperando junio,
esperando ese futuro prometedor, ansiando convertirse “en gente de bien, esa
que cumple los patrones del típico american
way of life.
Pero, de
tantas ansias y esfuerzo que pones e inviertes, tiendes a caer en lo que
denominé hace poco tiempo: el “síndrome de Sísifo”, porque cargas
constantemente con demasiado peso. Llevas una roca compuesta por la tiranía del tiempo y malestar social. Entonces
es cuando te ves escribiendo, no sólo ya para no olvidar sino como terapia,
pues los males se deben expulsar hacia fuera y no acumular y caminar sobre
ellos. Así, poco a poco, tus libretas se llenan de versos que manifiestan tus
pesares y contracturas tales como:
09/10/2014: Dolores se llama la
Lola:
“…Los brazos nuevamente
hormigueaban
Sin duda era otro día bajo la órbita
de esa nebulosa que parecía ir apagándola poco
a poco,
como si le chupase la sangre,
debilitándola lentamente,
transformándola en un fantasma, en
una autómata,
en una oscura y pesada sombra de lo
que era.
La tristeza brillaba en sus ojos,
Desesperación reflejaban sus ojeras,
en cuya negritud podía apreciarse
el calibre de su malestar…”
14/05/2015: De agobios y
predicciones:
“…Su calendario se llenó de signos
por vergüenza a lo que esas palabras significaban o, quizá por temor a escribir
aquellos males que la asustaban.
Todo era por miedo a mostrar al
mundo cuál era su realidad, pese a que en el fondo sus criptogramas no hacían
más que esconder dolor en un constante: ¡ Llego tarde!...”
Sin
embargo, sólo cuando dices basta y la lucidez vuelve a ti,
recuerdas que lo importante en la vida es la felicidad, la cual radica sobre
todo en las pequeñas cosas, en aquello que se sale de lo puramente económico. En
ese momento es cuando razonas y comprendes que la culpa no es sólo tuya sino
que radica en el contexto que te envuelve (el que empieza por lo estatal pero
en realidad va más allá), en un cúmulo de circunstancias que se te escurren
entre los dedos y se escapan de tu alcance, siendo prisionero en un mundo libre
en teoría.
Y ya! Que no
sólo hay dolor sino también esperanza y desde luego, SILENCIO.
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