Cómo empezó todo

Es tan difícil definir lo indefinible, que pensé que la divagante vida del beduíno era la que mejor podía representar ESTO: un sencillo cúmulo de reflexiones, de malas caricaturas, de diferentes estados y confusos sentimientos que forman parte de mi desierto interior.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

MI ROSEBUD DE TODO A CIEN

Este es uno de esos escritos que forman parte de una de mis mil libretas apiladas en mi mesilla, papeles y papeles con mala letra en los que escribo mis pensamientos a altas horas de la madrugada o cuando me encuentro demasiado afligida o ambas cosas. Tranquilos, en esta ocasión sólo se trata de lo primero, después de dar infinidad de vueltas sin poder dormir, enciendo la luz y me incorporo en cama posando el cuerpo sobre mi cojín favorito, el mismo que me acoge en su seno durante mis lecturas con mareo y sin él. Miro la luz e inmediatamente después consulto el móvil, es 13 de noviembre, justo un mes antes del cumpleaños de mi prima Su y recuerdo algo que rápidamente me dispongo a redactar:                     
Gran parte de lo que aprende un niño lo hace por imitación, es algo instintivo supongo, algo que a veces llevamos al extremo, pues ese ansia de copiar ha sido bien aprovechada por unos cuantos en este mundo capitalista y consumista en exceso. Pero, hoy no me toca ponerme en plan anarquista, hasta me gustaría aprovechar la ocasión para destacar como lo material, como las "cosas-cositas",no son siempre tan volátiles cuando uno las llena de vida propia. Y es que, hace unos días, mi débil capacidad de concentración o gran capacidad de dispersión, según como se mire, me llevaba a recorrer la vista por toda mi habitación reparando en mi bola de cristal, si esa que aparece en esta nefasta fotografía, una de esas bolas infantiles popularizadas en los 90 y que yo adquirí en un clásico Todo A Cien, antes de que la globalización con mayúsculas los hundiese bajo la oleada de los bazares chinos. Hablo entonces de toda una antigualla adquirida allá por el androceno inferior, objeto que cogí y empecé a mover esparciendo su purpurina por el agua, la cual, abramos cortinilla de estrellas, me devolvió a ese tiempo pasado, sentí nuevamente la misma alegría que cuando la compré. Al respecto he de decir que siempre me habían gustado las bolas de cristal y, ésta en concreto, con esa osita tan mona era do lo más "cuqui". Si, recuerdo que cuando la vi en la tienda, yo era una niña de unos diez años que clamaba a mamá con la monserga del: -Compra, COMPRA! Pero, un momento, ¡rebobina!,¿ seguro que SIEMPRE te habían gustado? Creo que no exactamente, lo cual me lleva a otro capítulo de mi vida unos años antes: la primera comunión de prima y su pato enfrascado en una semiesfera de cristal, la cual también contenía agua y algo que simulaba nieve. Al final, sentimiento y capital, me guste o no, se mezclan. El caso es que mi prima, lejos de lo material, siempre ha sido ese ejemplo a seguir, alguien a quien imitar, ese referente de autoridad que corregía mis textos llenos de fantasía y brillantina en una transacción telefónica. Y, como el Rosebud de Ciudadano Kane, la bola es lo de menos, lo que importa son los recuerdos infantiles que aún quedan en ella.